Capitalismo
racial, antirracismo y filantropía: las complejidades en la consolidación de
agentas antirracistas críticas en México y sus universidades.
Dra.
Gisela Carlos Fregoso
Email:
Gisela.carlos@academicos.udg.mx
Universidad
de Guadalajara
Departamento
de Historia
Introducción
Durante los años
2012 al 2016 me encontraba realizando un doctorado en la ciudad de Xalapa,
estado de Veracruz, al sur de México. Mi investigación intentaba dar cuenta del
racismo en las universidades, y qué estrategias antirracistas existían para
contrarrestar dicha opresión. Esto me llevó a indagar sobre algo que se llamó
PAEIIES, un programa de apoyo
académico que se había implementado en las universidades convencionales
mexicanas entre los años 2003 al 2010. Parte de mis objetivos consistía
en conocer cómo es que la Fundación Ford había estado involucrada en el
funcionamiento de dicho programa. Para el año 2013 ya había indagado algo al
respecto, y entre algunos de los datos que me resultaron relevantes estaba que
la Fundación Ford había intentado implementar en México una estrategia educativa
a nivel nacional para lo que entonces se le llamaba “grupos marginados”. Entre
el año 2001 y 2002 los asesores educativos de la Fundación Ford acordaron que
una buena iniciativa sería financiar becas que tendrían un impacto individual y
además de ello, se ideó crear acciones afirmativas que tuvieran un impacto
institucional y con repercusiones más colectivas. Teóricamente al cabo de un
par de años las acciones afirmativas se convertirían en política pública
federal. Diez y ocho años después, en el 2021, basta decir que en México estas
aspiraciones no terminaron de cuajar del todo como políticas públicas claras
que aseguraran el ingreso de personas indígenas y/o negras, para con ello disminuir
el racismo en las universidades.
En el año 2013 me
di a la tarea de buscar a Chris Martin, quien había sido el representante de la
Fundación Ford en México y la región Centroamérica y, quien había estado
encargado del presupuesto en aquellos años. Para mi sorpresa, Chris vivía en el
estado de Jalisco, lugar donde me encontraba haciendo mi trabajo de campo;
conseguí su teléfono, le marqué y me dijo que vivía en Tizapán el Alto, cerca
del Lago de Chapala. La decisión de irse a vivir ahí obedecía a que había
adquirido una enfermedad en sus ojos mientras se encontraba trabajando en
Guatemala; dado que ya no podía viajar como antes solía hacerlo, optó por
establecerse en Tizapán Jalisco y formar una orquesta infantil en el municipio.
Manejé
aproximadamente hora y media hasta el Lago de Chapala; Chris Martin y yo nos
reunimos en el lugar de ensayos de su orquesta. Le pregunté si podía grabar la
plática y si tenía el tiempo, que profundizáramos en temas específicos. Mi
primera impresión al ver a Chris por primera vez fue que era una persona que se
mostraba generosa para platicar sobre el proceso de la Ford en un país como
México; le expliqué lo que estaba investigando y la primera pregunta que se me
ocurrió formular fue acerca de la suma de dinero que la Ford había destinado
para una parte de la región latinoamericana y, concretamente, si esa cantidad
de dinero había tenido la influencia suficiente para que en México se aceptara
la existencia del racismo. La respuesta de Peter fue clara y contundente: se
habían destinado trece millones de dólares para implementar programas de
acciones afirmativas en universidades convencionales de cuatro regiones de
América Latina. El objetivo era que los gobiernos se apropiaran de dichas
acciones y que estas, en un futuro no muy lejano, fueran política pública. Para
el caso mexicano eso no fue tan sencillo. Chris Martin comenzó a relatar cómo existía
una renuencia a implementar programas de discriminación positiva en instancias del
Estado como las universidades públicas. Tal fue el caso del Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología (CONACYT) el cual negaba la existencia del racismo y
además afirmaba que en México la desigualdad tenía orígenes clasistas o
étnicos, pero no raciales. Además, esta y otras instancias sostenían que
constitucionalmente, en México estaba prohibida toda forma de discriminación,
incluida la discriminación positiva.
Centros de
investigación que se financian con fondos públicos como el CIESAS ya administraban desde el
año 2000 el Programa Internacional de Becas de la Fundación Ford, por lo que parte
de los trece millones de dólares no podían ser administrados por dicho centro
de investigación. Asimismo, los trece millones de dólares no eran
exclusivamente para México ni para gastar en un año, pero sí gran parte de esa
cantidad era para la región mexicana. La primera convocatoria lanzada por la
Fundación Ford fue en el 2002 para iniciar a operar seis millones de dólares en
2003 y sólo estuvo dirigida a universidades públicas. Debido a las
restricciones que la Fundación Ford imponía al ejercicio de sus fondos, el
dinero no podía ser entregado directamente a las casas universitarias sino que
debía de pasar por lo que se le conoce como Organizaciones no gubernamentales
(ONG); además, aunque eso hubiera sido posible, en ese momento las
instituciones de educación superior en México no contaban ni con departamentos,
ni con coordinaciones ni con programas específicos enfocados exclusivamente a
los cupos o cuotas escolares ni tenían políticas de discriminación positiva.
Esto se vio reflejado cuando en el 2002 sólo seis universidades públicas habían
solicitado fondos a la Fundación Ford y dichos proyectos versaban en su mayoría
sobre apoyo psicológico para que personas indígenas pudieran superar la
“discriminación”;
poco se hablaba de la inequidad o desigualdad racial, mucho menos de la
situación de las personas negras o afros.

Esta experiencia
me hizo reflexionar durante varios años diversas cosas: por una parte, el
Estado mexicano y sus instituciones se negaban a abordar el tema del racismo de
forma explícita y en su lugar preferían hablar de discriminación; por otra
parte, docentes mestizo
que participaron en el
PAAEIES así como beneficiarios indígenas, argumentaron que, de no haber
existido estos fondos internacionales, las posibilidades de profesionalizar a
personas indígenas o de ingresar a un posgrado hubieran sido casi nulas. Lo
anterior era paradójico con el hecho de que pervivía el malestar y el
escepticismo en las comunidades indígenas al ver que las y los jóvenes que eran
beneficiarios de programas como el PAAEIES, comenzaban a sentirse avergonzados
de sus comunidades o de sus lenguas
, incluso se afirmaba que
cualquier estudiante indígena que estaba dispuesto a ser beneficiario de fondos
internacionales, era porque ya sabía que debía de pasar por un proceso de
blanquitud
.
Con lo anterior
quiero traer uno de mis principales ejes de debate en este capítulo: 1) ante la
negación del racismo por parte del Estado mexicano y sus instituciones ¿qué
factores impidieron el posicionamiento de una agenda antirracista en la década
del 2000?, 2) ¿qué discusiones fueron posibles y cuáles otras fueron canceladas
con la inversión de una fundación internacional como la Ford en México?, 3)
Ahora, con la llegada de la Fundación Kellogg en el escenario mexicano ¿qué
paralelismos existen entre ambas fundaciones? Y sobre todo ¿Qué factores de la
ideología racial del mestizaje impidieron y siguen imposibilitando una agenda
antirracista crítica en México?
De esta manera,
este capítulo será presentado en tres partes: en un primer momento y desde una
perspectiva histórica daré algunos datos relevantes sobre la Fundación Ford y
la Fundación Kellogg para explicar ante qué tipo de filantropía estamos en
México. En un segundo momento haré un recorrido muy sucinto sobre las
complejidades y vaivenes que ha implicado posicionar una agenda antirracista en
México desde sus instituciones; en una tercera parte explicaré el rol de las
fundaciones en las cooptaciones de movimientos radicales para luego hablar
sobre los retos y los temas incómodos que las Fundaciones a veces abordan y a
veces no para. Finalmente, cierro a modo de conclusión, el rol de la academia y
las universidades ante la inversión de presupuesto de organizaciones
internacionales.
Sobre
las fundaciones
La Fundación Ford
La Fundación Ford
surgió en el año de 1936 pero no fue sino hasta 1966 que McGeorge Bundy anunció
en Filadelfia con bombo y platillo que la Ford haría una gran inversión en lo
que llamo “Acción por igualdad de oportunidades”. Buss sugiere que desde la
década de 1960 la Ford ha actuado estratégicamente en el campo de la educación,
siguiendo ciertos patrones, tales como: a) favoreciendo políticas elitistas y cooperando
con instituciones de élite para introducir el cambio; b) ha usado una
perspectiva tecnocrática; c) ha usado técnicas promocionales en lugar de
estudios empíricos como formas de llevar a cabo sus programas y d) pese a tener
una imagen de filantropía innovadora, su actuación ha sido reactiva y no
anticipatoria
Según Parmar, la
Fundación Ford, junto con la Fundación Rockefeller y la Carnegie fueron parte
de la política exterior occidental establecida. De acuerdo a este autor, el
desarrollo del liderazgo de estas fundaciones, particularmente el de la Ford,
tuvo tres fases: 1) un primer momento en donde engancharon a la opinión pública
sobre la importancia del internacionalismo liberal y acerca de la relevancia de
tener gobiernos nacionales fuertes; 2) un segundo momento en donde se dedicaron
a formar y fortalecer en 1960 y 1970 a una élite intelectual representativa de
grupos raciales, de clase y de género para que sirvieran como conducto o
puente; 3) un tercer momento a partir de 1980 en el cual se auspiciaron
reformas democráticas que sostenían ideas como que los sistemas económicos y
políticos servían a cualquier persona.
En lo que a
educación superior se refiere, podemos hacer diferenciaciones si hablamos de la
influencia de la Fundación Ford en Estados Unidos, o fuera de este país. Para
el primer caso, existen diferentes y muy variadas investigaciones las cuales
coinciden en que las donaciones privadas y de fundaciones forman una parte
medular de los objetivos de las instituciones públicas y privadas de nivel
superior; para el segundo caso, se pueden diferenciar tres grandes ámbitos o
tipos de presencia: la llevada a cabo en países africanos de la posguerra; aquellos programas
ejecutados en los llamados lugares del “tercer mundo”; y aquella presencia en
donde se caracterizó por el reconocimiento de lógicas de desigualdad agudas y
que, por tanto, fueron conocidos como geografías o regiones de la inclusión y
la justicia social.
La Fundación
Kellogg
Por su parte, la
Kellogg, fundada en 1930 en Michigan, tiene dos grandes características: es una organización de patronazgo de reformas al
mismo tiempo en que puede ser clasificada como una organización de cambio
social. Lo anterior quiere decir que su primera característica implica que la
fundación tiene por objetivo incidir en las políticas públicas a nivel federal
o municipal mediante la inyección de fondos a programas o poblaciones específicas.
Basada en la historia de la Ford, Joan Roelofs explica el patronazgo de reforma
y dice que la Ford fue decisiva para modificar la política laboral en Estado
Unidos. En la década de los cincuenta, por ejemplo, la Ford lidereó lo que
llamó “guerra contra la pobreza”. Esto llevó a que el Estado creara los
programas experimentales llamados “Combate a la delincuencia juvenil”; dicho
programa fue replicado en distintas ciudades de Estados Unidos y se enfocó en
lo que se le conoció como “zonas grises” o áreas deprimidas, las cuales estaban
habitadas por personas latinas, negras y migrantes. La incidencia contribuyó a
reproducir un discurso criminalizante contra los jóvenes. Es decir, la
inversión de la Ford tuvo un impacto a nivel municipal en distintas ciudades de
Estados Unidos puesto que los gobiernos locales tomaron acción, intentando
contrarrestar la pobreza mediante la criminalización de los jóvenes. Este tipo
de influencia de las fundaciones se les conoce como políticas de influencia o
patronazgo de reformas.
Por su parte, las
organizaciones de cambio social se caracterizan por tener un impacto en las
comunidades u organizaciones con las que trabajan. Sin embargo, Roelofs asevera
que este cambio (en las organizaciones) rara vez ocurre, y si se da, es a nivel
simbólico, pero no en la agenda política. Esto se debe a que las organizaciones
y las comunidades no son tan horizontales como dicen serlo y sí involucran a
las élites de las fundaciones en sus objetivos, en su estructura y en sus
actividades.
De este modo, las fundaciones terminan marcando la pauta para el resto de los
donadores. Un ejemplo que Roelofs trae a cuenta es la estrategia de regulación
que llevó a cabo la Fundación Ford en la década de 1960 sobre el movimiento
negro: parte de sus estrategias fueron impartir cursos de liderazgo, diseñar e
implementar programas de asistencia técnica para protestas y dar asesoría legal
personalizada. El impacto de esto fue que los apoyos se individualizaron y se
desvió la atención al apoyo colectivo.
Al igual que la
Ford, la Fundación Kellogg decidió invertir en universidades históricamente
negras en la década de 1960; A partir de la década de 1970 a 1980, la Kellogg le
apostó a incrementar la representación de personas víctimas históricas del
racismo en profesiones clave; en 1996 llevó a cabo la iniciativa de inversión
en la educación superior para personas nativo-americanas y a partir del año
2000 comenzó la iniciativa de “Jóvenes en contra del racismo”. Tres años
después de dicha iniciativa es que surgió el Fondo Boabá y la experiencia
brasileña que alentaría el trabajo en México. Actualmente, La Kellogg trabaja
en 25 municipios de México de los cuales, nueve de ellos están en el estado de
Chiapas, concretamente de
geografías cuya población ha sido desplazada por la guerra paramilitar del
gobierno federal hacia las comunidades zapatistas. Los otros 16 municipios de
trabajo están en la Península de Yucatán. Sebastián Frías apunta que el enfoque
con perspectiva racial en la fundación, si bien no es uno de los objetivos primordiales
de esta organización, sí es un eje transversal en la Kellogg. En ese sentido,
la transversalización de la perspectiva racial tiene el significado de lo que
llaman “la sanación racial” en esta fundación:
Con la sanación, reconciliación, y este componente más
personal de los efectos del racismo en las personas (…) un tema mucho más
integral y amplio que lo racial (…) un trabajo doble entre el cambio
estructural, sistémico, de políticas públicas y también el cambio en lo personal,
en el sanar relaciones
Al respecto, Courtney Jensen critica que uno de los
discursos más repetitivos de la filantropía, es que el racismo, la desigualdad
y, en general, la opresión, es visto desde las fundaciones, como un problema
del otro y no como un asunto de aquellos que se privilegian de la opresión o
que acumulan grandes capitales (como las fundaciones filantrópicas)
Haciendo
memoria: el camino de la agenda antirracista de los de arriba
Para poner en
contexto lo que he dicho, es preciso recordar que la primera década del siglo
XXI mexicano se caracterizó por el agotamiento de las políticas indigenistas
provenientes del Estado nación, al mismo tiempo en que nació la
interculturalidad oficial como propuesta estatal
. Producto de ello se
crearon instituciones como la Coordinación General de Educación Intercultural y
Bilingüe (CGEIB) en el año 2001, y en el 2003 surgieron el Instituto Nacional
para las Lenguas Indígenas (INALI) y las universidades interculturales. Del
2003 al 2010 se operativizó el Programa de Apoyo Académico a Estudiantes Indígenas
(PAAEI) financiado unos años por la Fundación Ford. Como dije, este programa no
pudo solidificar políticas de discriminación positiva o acciones afirmativas que
aseguraran el ingreso de personas indígenas a las universidades; en lugar de
ello, lo que se hizo fue que, una vez que el estudiante indígena lograba
aprobar el examen de admisión por sus propios medios, ya siendo alumnos activos,
se les daba la opción de tomar un tutor o tutora que les guiara en su proceso universitario
.
En el año 2005, en
esa misma tónica de negar la existencia del racismo y en su lugar hablar de
discriminación, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México (INEGI)
declaró que, para contar a la población negra y afro, no era posible incluir la
categoría de “negro” bajo argumentos de que dicho etnónimo evocaba directamente
la “raza” y, por lo tanto, era discriminatoria. También en ese mismo año
se llevó a cabo la primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México la cual fue coordinada
tanto por el INEGI como por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación
(CONAPRED). Esto es, en el 2005 la tónica del Estado nación pareciera estar
diciendo “sí vamos a indagar sobre el racismo, pero bajo nuestras condiciones y
sin nombrarlo”.
Cinco años más
tarde, en el 2010, se realizó la investigación Project of Ethnicity and Race in
Latin America (PERLA) coordinada por Edward Telles. El trabajo de campo de
dicho proyecto se efectuó en cuatro países de América Latina entre los que se
encontraba México. En esta investigación se usó la conocida paleta de once
colores creada por el antropólogo
colombiano Fernando Urrea Giraldo; el proyecto PERLA usó categorías raciales
como indígena, mestizo y blanco y reportó el rol que jugaba el color de piel y
la lengua indígena en el acceso a la escolarización , entre otras cosas. El
uso de la paleta de colores desató controversias sobre si era válido medir el
color de piel como un indicador estructural de las desigualdades en México. La
singularidad de esto es que la segunda Encuesta Nacional sobre Discriminación
en México (ENADIS) en el 2010, el CONAPRED imitó el uso
de la paleta de Urrea Giraldo con una pequeña escala de nueve tonalidades, pero
para reportar sólo la autoidentificación del tono de piel. Una vez más, el
Estado mexicano tomó cartas en el asunto, pero bajo sus propios términos y
poniendo énfasis en las percepciones de los entrevistados, sin correlacionar el
factor del color de piel con el acceso a derechos.
Posteriormente en
el 2015, el INEGI decidió hacer un primer conteo de la población negra en
México; el fraseo de la pregunta que se haría para reportar el número y las
condiciones de vida de esta población fue: “De acuerdo con su cultura,
historia y tradiciones ¿se considera negra(o), afromexicana(o) o
afrodescendiente?”. Lo anterior tuvo como
consecuencia que los resultados mostraran a la población negra y afro con
similares números o cifras de acceso a educación, empleo, salud y servicios que
la población mestiza. Es decir, el color de piel no apareció como un factor o
indicador de desigualdad dado que se culturalizó
el fraseo de la pregunta; una persona podía ser culturalmente afro, pero no ser
negra.
Y aquí es donde la
Fundación Kellogg viene a cuenta. Dicha fundación comenzó a trabajar en México desde
el año 2012 en el contexto que arriba expongo; es hasta el 2015 que la Kellogg comenzó
a relacionarse con otras organizaciones para tratar de formar una agenda
antirracista en México. La Kellogg había creado el Fondo Boabá en Brasil; pese
a que el contexto y la agenda antirracista brasileña era (y es) muy distinta a
la de México, la experiencia del Fondo Boabá fue la que potenció y animó a la
Fundación Kellogg a iniciar conversaciones sobre antirracismo en México. Incluso
se mencionó en la fundación que uno de los retos más grandes era capitalizar el
antirracismo llevado a cabo en las instituciones brasileñas, para poder adaptarlo
en México. En paralelo, si revisamos la trayectoria de la Fundación Ford y pese
a que esta organización estableció sus oficinas en Brasil desde la década de 1960
durante la dictadura, Chris Martin me señaló durante aquella entrevista del
2013 que la Ford venía del proceso de invertir en acciones afirmativas o
políticas de cuotas en diversas universidades brasileñas; al igual que nos
comparte Frías, Martin aseveró en aquella entrevista, que la experiencia
brasileña les había inspirado a actuar en México y Centroamérica.
En enero del 2016
el Colectivo para Eliminar el Racismo (COPERA) del cual formo parte,
llevamos a cabo nuestra junta anual en la Ciudad de México. Estábamos en Casa
Xitla trabajando en uno de sus salones; ahí vi a Sebastián Frías por vez
primera. Él formaba parte del equipo México de la Fundación Kellogg y para esas
fechas habíamos acordado hablar con algún representante de la fundación; como
parte de la reunión con Frías se nos planteó que, para poder colaborar con la
Kellogg teníamos que estar consolidados como una organización no gubernamental
o asociación civil. Las posibilidades que nos daba el ser un colectivo sin
registro oficial, iban desde poder jugar con estrategias antirracistas, tomarnos
el tiempo para entre los miembros de COPERA discutir mejor los conceptos y las
lógicas del racismo en México, así como no tener un compromiso “formal” con
COPERA sino participar en sus actividades eventualmente, conforme nuestras agendas
nos permitieran. Ahí Sebastián Frías nos comentó que desde hace años la
Fundación Kellogg había estado intentando desarrollar una agenda antirracista
en México, lo cual le había implicado diversas dificultades. En esa junta
afloraron las dudas sobre las implicaciones de consolidarnos como ONG y
colaborar con la Kellogg y acerca de los alcances de que la Kellogg tuviera
incidencia en nuestras decisiones y en nuestra mirada antirracista como
Colectivo. Sebastián Frías respondió que una de las cosas que le gustaba del
Colectivo COPERA era la comprensión del racismo y antirracismo y que trabajábamos
a la par con las comunidades y organizaciones de base.
Un año más tarde,
en el 2017 volví a ver a Sebastián Frías en el evento “Nombrar y Contar”
organizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ahí se hizo
una fuerte crítica al Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI) por diversas razones,
entre las cuales primaba el uso de la categoría “raza” como categoría analítica
y el uso de la paleta de colores diseñada por Urrea Giraldo. Los cuestionamientos
señalados por Frías en ese evento tenían que ver con la interrogante sobre qué
opciones tenía la academia y sus instituciones para reportar la desigualdad
relacionada al color de piel, sin usar la paleta de colores de Urrea. Acto
seguido, una académica de la UNAM preguntó sobre qué otras formas tenían las
propias poblaciones indígenas y negras/afros de base, de nombrar o referirse al
pigmento, de modo que ayudara a pensar diferentes formas de medición de la
desigualdad, sin nombrar el color de piel. La pregunta después se dirigió
específicamente al líder de la organización Enlace de Pueblos y Organizaciones
Costeñas Autónomas (EPOCA A.C.), organización negra y afro surgida en el año
2005 en la Costa Chica de Oaxaca:
yo soy negro y no me queda la menor duda y por acuerdo
de la mayor parte de las organizaciones quedamos en nosotros asumir el nombre
de afromexicanos. Nadie está trabajando para denominarnos afrodescendientes.
Cuando nos dicen afrodescendientes, como que no es con nosotros. Nadie está
trabajando para ser afrodescendiente. Nuestros eventos dicen “afromexicanos”, y
si nos dijeran negros nosotros estaríamos felices. Desgraciadamente, la parte
técnica, jurídica y legislativa no puede ser la palabra negro. Nuestra
constitución no llevaría la palabra o pueblos negros. Y esto es una discusión
que, por lo menos en el estado de Oaxaca se ha dado porque consideran la
palabra “negro” como algo despectivo, como algo racista, que puede lastimar […].
Lo anterior quiere
decir que, en ese momento del 2017, quienes sí estaban de acuerdo en asumir,
apropiarse y resignificar la categoría que hacía alusión al color, eran las
organizaciones, pero en ese momento había un sector académico que sostenía que la
paleta de once tonalidades o, categorías como “raza”, era incorrecto,
decimonónico y hasta peligroso cuyo riesgo era que el Estado mexicano
reprodujera el racismo mediante dichas estrategias. Es decir, se podía percibir
un temor latente a que el Estado mexicano reprodujera el racismo. Diez y siete
años antes, como me narró Chris Martin, las resistencias institucionales
también venían del sector de la academia, concretamente de los más altos rangos
como el CONACYT. Los argumentos de esta élite académica y burocrática de aquel
entonces residían en negar la existencia del racismo y, posteriormente, en el
temor de que las instituciones de Estado reprodujeran el racismo si nombraban la
discriminación y si la discriminación positiva se ponía en práctica.
Ahora, con la
participación de la Fundación Kellogg en México y su rol en el proceso de
reconocimiento de la población negra, afromexicana y afrodescendiente resulta
apremiante preguntarnos ¿qué podemos aprender de la experiencia de la Fundación
Ford y su inversión en México? ¿Qué lecciones hay que tomar en cuenta para consolidar
una agenda antirracista desde organizaciones como la Kellogg?
Complejidades,
contradicciones y violencia racial
Existen varias
ideas que hacen compleja la perspectiva acerca de la intervención de las
fundaciones en regiones específicas del planeta. Estas complejidades vienen a
cuenta sin importar el tipo de fundación de la que estemos hablando. Entre estas complejidades se puede destacar lo
siguiente: que las fundaciones encarnan la idea de que, para el interés público
es mejor la caridad privada; también, la
crítica más fuerte a las fundaciones es la hegemonía ideológica que terminan
imponiendo con su trabajo a través de múltiples estrategias, destacando entre
ellas su inversión; asimismo se argumenta que estas excluyen y marginan a
movimientos sociales, descartando a ciertas organizaciones clave o colonizando
organizaciones radicales, como fue el caso de la
Fundación Ford y su intervención en el movimiento radical negro de la década de
1960. En este sentido, Courtney Jensen afirma que sólo
las organizaciones de clase media “de base” mueven las agendas de las
fundaciones, lo que tiene por consecuencia que las fundaciones no apoyan a
organizaciones radicales, lo que impide un cambio social progresista. Además, el proceso de
acumulación primaria de las fundaciones es una de las causas u orígenes de las
injusticias que estas organizaciones buscan sanar/resolver. Es decir, es
probable que una organización solicite recursos a una fundación internacional,
con la finalidad de “reestablecer el tejido comunitario”.
De acuerdo con los
argumentos de Chris Martin, la Fundación Ford no quería caer en
asistencialismos, ni considerar a los indígenas que estuvieran en las
universidades como personas incompletas carentes y en desventaja; Martin señaló
que ya había conocido a Sylvia Schmelkes, quien era coordinadora general de
Educación Intercultural y Bilingüe de la Secretaría de Educación Pública en ese
momento, y esta última tenía varias ideas. Entre estas estaban incrementar el
reconocimiento y la presencia indígena en las universidades, diseñar un
currículo especial para las comunidades indígenas y transversalizar la
interculturalidad. Martin sostuvo que uno
de los factores más relevantes que como fundación querían dejar claro a las
universidades públicas de México, era enfatizar la idea de que la llegada de
las personas indígenas a las universidades enriquecería a las instituciones de
otras epistemologías, y que era importante diseñar un programa que no sólo
contemplara a indígenas de escasos recursos. Aunque Martin no lo llama de esta
manera, lo que se quería enfatizar era que el proyecto de financiamiento de la
Fundación Ford en México en la primera década del siglo XXI quería poner sobre
la mesa que no estaban a favor de lo que Carmen Martínez Novo y luego Judith Bautista
Pérez llaman “racismo amoroso”; esto es, en reproducir discursos desde
paternalismos y maternalismos basados en el “amor a las comunidades”.
No queríamos caer en la trampa de imitar a Estados
Unidos, en donde ahí la cosa es bastante politizada y es sólo para personas
latinas o afroamericanas. Queríamos algo nuevo, queríamos educación pública, y
la educación pública es para todos”
Karen Ferguson nos dice
que, en los primeros meses de 1968, Charles E. Wilson, quien era el nuevo
coordinador del grupo directivo del proyecto “Control Comunitario-Escuela
Intermedia 201”, contactó a la Fundación Ford con el fin de invitarles a
invertir en el este de Harlem. La Ford ya había invertido un año antes en la
Escuela Intermedia 201 como parte del plan de Descentralización de la
Educación, la cual fue motivo de disturbios en Harlem debido a que la
institución carecía de ventanas. Además de la Escuela Intermedia 201 (IS-201),
la Ford estableció una segunda escuela en una zona precaria de la parte baja de
Manhattan y otra en medio de un gueto de Brooklyn. De esta forma, la Fundación
Ford estaría en el corazón de las comunidades negras de Nueva York, y sus
escuelas serían un centro de reunión para los suburbios. El trabajo de Megan M.
Francis argumenta que tanto la estrategia de Descentralización de las Escuelas,
como la inversión en el campo artístico como la creación de The Negro Emsemble
Company y de New Lafayette Theatre crearon lo que Ferguson llama
“Multiculturalismo desde arriba”.
Los
estudios de Megan M. Francis sostienen que estas dos estrategias
(Descentralización de las Escuelas y el apoyo al campo artístico) fueron una
salida para quitar la mirada y los esfuerzos de la Asociación Nacional por el
Avance de la Gente de Color (NAACP) en las campañas anti-linchamiento. Es
decir, la intervención de la Ford hizo desviar la mirada de la violencia racial
que estaba ocurriendo sobre los cuerpos negros, y centrarla en las dos
estrategias que ya mencioné arriba.
¿Cuáles
han sido los retos? Temas cómodos y temas incómodos
En un seminario que organicé de enero a junio 2021
titulado “Hacer una puerta donde no la hay: sesiones sobre blanquedad en
México y las Américas”, Sebastián Frías estuvo de invitado en la sesión 5
para hablar sobre el financiamiento de las fundaciones a las universidades de las
Américas. Parte de lo que señaló es que el ámbito filantrópico está
experimentando un cambio puesto que sus miembros, quien además de estar en la
filantropía participan de otras instituciones, están posicionando
conversaciones que no siempre son cómodas. Entre esos temas difíciles se
encuentra la discusión sobre lo racial y sobre las formas de actuar de las
fundaciones en las comunidades y las implicaciones que tiene hablar sobre la
dimensión emocional del racismo y las consecuencias del proceso de sanación de
esa opresión racial. Además, Sebastián Frías compartió que, si bien la
filantropía puede tener un rol fundamental para movilizar agendas como el
antirracismo, las fundaciones no son suficientes para lograr una transformación
social. Aquí quisiera agregar a las ideas planteadas por Frías que, uno de los
retos más grandes (además de la emergencia climática) a nivel mundial, es la
desigualdad creciente en todo el globo; Y las fundaciones, que acumulan grandes
sumas de dinero año con año pese a que montos cuantiosos se vayan a proyectos,
estos no descapitalizan a estas organizaciones internacionales. Asimismo, estas
grandes inversiones en regiones comunitarias no vienen sustentadas o
respaldadas por los miembros de las comunidades ni por las organizaciones de
base. Al respecto, Frías comenta que:
por ejemplo, uno de los
errores que hemos visto recurrentes y que quizá hablamos de una forma más
positiva o diplomática, es el muchas veces haber financiado proyectos que no
eran legitimados o apoyados por las comunidades en las que se implementaban.
Entonces, es esto… y esto lo vemos pasar en todo el… en el sector filantrópico,
pero también de la sociedad civil en el que se imponen agendas, se imponen
proyectos, se toma la decisión, se invisibiliza a las personas, creo que eso…
yo creo que probablemente ninguna fundación de las históricas y de las grandes
esté libre de haber cometido eso, de haber reproducido prácticas opresivas, de
haber reproducido prácticas de extractivismo cultural, de neocolonialismo.
Lo anterior pone sobre la mesa que, si bien los
proyectos de base necesitan recursos para poder movilizar o posicionar agendas,
también es importante notar los límites de la filantropía, así como sus
contradicciones e incluso, sus errores históricos. Finalmente, Faber y McCarthy apuntan que la
filantropía de cambio social es aquella que toma los temas de las comunidades y
los hace suyos; esto implica que este tipo de filantropía debe de luchar contra
las barreras sistémicas o estructurales que los ciudadanos de a pie no pueden
hacerlo, respetando la autodeterminación de las organizaciones de base. Pese a
ello, uno de los grandes retos a nivel global y que sería uno de los temas
medulares para cualquier fundación internacional que quiera posicionar agendas
antirracistas críticas en México es lo que estos autores señalan cuando
preguntan ¿cómo no caer en una filantropía de colonización que restringe a las
comunidades y que, cuando el dinero de las fundaciones viene extremadamente
etiquetado, limita los proyectos de base? Y además ¿qué hacer con
financiamiento que sólo son a corto plazo y que no aseguran la continuidad de
agendas políticas antirracistas críticas? Y, volviendo a la experiencia de la
Fundación Ford y a su actuación en el Harlem de 1960, o a su intervención en
México en el 2001 ¿qué agendas ahora son de corte político radical (se me
ocurre pensar en el robo de territorios indígenas, la intervención de
megaproyectos como la minería o las eólicas), que la filantropía está
evadiendo? Y en su lugar ¿qué proyectos le es más fácil lidiar o implementar a
la filantropía, sin que tenga que comprometerse con un proyecto de justicia, de
reparación y de igualdad serio?
A
manera de conclusión: y, entonces ¿las universidades y la academia?
Uno de los retos de posicionar una agenda antirracista
en México ha sido el abrir conversaciones que permitan, al menos, discutir el
rol que tiene el racismo en la vida de todas las personas, y eso incluye la
vida de las personas mestizas, blancas y extrajeras en México. Tal es el caso
de la inversión reciente que hizo la Fundación Kellogg junto con OXFAM al
proyecto “Discriminación Étnico Racial en México”
. Este proyecto, según se
lee en su página, tiene diversos objetivos de los cuales hay que destacar: 1)
que el proyecto busca analizar las diferentes formas de clasificación
étnico-racial en el país, según las variaciones regionales de Yucatán, Oaxaca,
Monterrey y Ciudad de México; 2) el proyecto persigue comprender la relación
entre lo étnico-racial y la desigualdad en el uso de servicio y programas
sociales. Es decir, una de las labores más importantes de este proyecto
académico ha sido el de, una vez que ya se admitió en México la existencia del
racismo, ahora es preciso concatenar el poder y la influencia de esta práctica
de opresión con las complejidades de la desigualdad.
Al respecto, quisiera señalar dos puntos: 1) por una parte,
la inversión de la Fundación Kellogg (junto con OXFAM) se hizo en una de las
instituciones de élite académica más importantes del país, El Colegio de México,
el cual sucede estar en la capital del país, potenciando las voces del
centralismo mexicano. Claro, para llevar a cabo una investigación de tal
envergadura, sólo una institución de élite, consolidada y con los recursos de
infraestructura suficiente podía llevar a cabo tal proyecto. Pero ¿en dónde
quedan, o cómo trabajar con aquellas universidades ubicadas en localidades
donde la desigualdad no sólo se estudia e investiga, sino se vive
cotidianamente?
Pensemos en las universidades de Chiapas, estado en
donde está el municipio zoque que presenta mayor desnutrición infantil a nivel
nacional. Pensemos en las universidades de Chihuahua, estado que tiene uno de
los municipios con mayor número de líderes indígenas asesinados. O bien, el
estado de Zacatecas, que es el que tiene el mayor número de megaproyectos de
minería, los cuales han contribuido al despojo de territorio indígena y
negro/afro en México. Entonces, aquí quiero lanzar la pregunta ¿qué
conversaciones están dispuestas a tener las fundaciones internacionales o sobre
qué temas, y con quiénes los van a conversar? Pareciera que en geografías donde
agendas antirracistas claras y críticas no están bien definidas o delineadas
(como México), es preciso utilizar el privilegio que da la desigualdad estructural,
como dar voz a actores académicos que sí son escuchados; dotar de recursos a
instituciones que, por su privilegio, los medios de comunicación sí valoran, o
poner en la agenda antirracista temas importantes, pero no radicales.
Estas preguntas y afirmaciones que aquí expongo no son
cómodas, pero tampoco son sencillas de responder; es decir, la conversación se
vuelve cada vez más compleja por lo que es importante no caer en respuestas
simplistas como “fuera las fundaciones internacionales de México”. Por ejemplo,
uno de los logros de la inyección de fondos de las fundaciones internacionales
es que han logrado sacar la conversación del antirracismo de lo que yo he dado
en llamar “los nichos del racismo”.
Y con esto quiero abordar mi segundo punto: para
hablar de “nichos del racismo”, me baso en la producción del antropólogo
haitiano Michel-Rolph Troulliot cuando habla de “Nichos
del Salvaje” para referirse a la complicidad que existe entre las áreas
disciplinares, la circulación de ciertos discursos y la manera en que estos dos
elementos (conocimientos y discurso) se concatenen con ciertos cuerpos. En ese sentido,
por “nichos del racismo” me refiero a aquellos discursos comunes que ciertas
disciplinas de las ciencias sociales han creado alrededor de los debates del
racismo. Por ejemplo, para hablar de una discusión que conozco: cuando se habla
de los programas PAEIIES, se borra de la
conversación el tema del racismo, se omite que estas fueron pensadas como
prácticas de reparación ante un racismo histórico y estructural y, finalmente,
se omite de la discusión el hablar del privilegio y se cae en “la igualdad de
oportunidades”.
Sacar las discusiones de los lugares comunes o de sus
nichos no es tarea sencilla, e implica invertir en espacios, ámbitos o
prácticas que no necesariamente son lucrativas ni dan ganancias, es decir, no
son funcionales al sistema capitalista en general. En este sentido y volviendo
a las conversaciones con Sebastián Frías, este reconoce que la inversión en
investigación es importante, pero no es redituable a corto plazo:
era muy difícil para
nosotros integrar ahí el trabajo de investigación de las universidades porque
creíamos que la inversión… Bueno, siempre hemos creído que la inversión en investigación
la mayoría de las veces no tiene un impacto directo en estas condiciones. O
sea, aunque se puede lograr crear algo de evidencia, se puede crear
recomendaciones en política pública, el camino y el retorno de esa inversión es
muy largo y es, digamos, pues, yo hasta lo pondría como inversión de riesgo
porque, que tengas a alguien en la academia que pueda seguir ese camino desde
hacer la investigación hasta hacer un cambio en política pública es
prácticamente imposible. Entonces, creo que el reto más grande para nosotros es
eso, que, dentro de nuestro presupuesto como tal, no está considerado como una
prioridad la investigación.
En la última década ha habido una creciente
preocupación porque los proyectos e investigaciones académicas tengan
incidencia y provoquen un cambio (para bien) en la sociedad. El tema de la
incidencia no sólo nos obliga a la academia a crear e implementar proyectos
acorde a las realidades en donde trabajamos, sino que también pone sobre la
mesa de discusión dos elementos: 1) que existen factores estructurales en
México como el narcotráfico y la violencia causada por la implementación de
megaproyectos a lo largo y ancho del país; dichas circunstancias no van a
desaparecer sólo por implementar o tener incidencia en ciertas zonas del país;
2) la incidencia no se limita a la modificación, creación o suspensión de
políticas públicas puesto que, como es bien sabido muchas políticas públicas que
terminan en creación de institutos, coordinaciones y consejos sirven poco en lo
que incidir en una agenda antirracista se refiere; en esa tónica, pensar la academia
como una instancia a la cual no hay que invertirle porque lo que urge es la
incidencia antirracista es ser ciegos a los factores estructurales que arriba
expongo. Para concluir, quisiera subrayar la idea de la complejidad del tema y
cerrar apuntando que, si bien la academia somos un círculo muy privilegiado en
México y cierta academia está cooptada por una élite poco receptiva al tema del
racismo y al antirracismo, bien valdría la pena apostarle a aquella academia
que se encuentra en geografías racializadas en desventaja porque, la disyuntiva
no debería de ser a qué instancias le invierten las fundaciones, sino, si las
fundaciones internacionales, con toda la envestidura de privilegio que las
cobija, están dispuestas a no cooptar sino acompañar luchas que implican un
posicionamiento político, muchas veces, incómodo para la élite y el Estado mexicano.
Bibliografía
Berman, Edward H. “The Foundations´s Role in American
Foreing Policy: The Case of Africa, Post 1945.” In Philanthropy an DCultural
Imperialism. The Foundations at Home and Abroad, edited by Robert F Arnove,
203–32. United States of america: Undiana University Press, 1982.
Bermúdez
Urbina, Flor Marina. “Acción Afirmativa, Discriminación y Negación de Derechos
Lingüísticos y Culturales En La Educación Superior Mexicana. El Caso de
Floriberto Núñez Martínez , Indígena Tzetzal Ante El CONAPRED.” Revista de
Derechos Humanos y Estudios Sociales VIII, no. 16 (2016): 79–97.
Buss,
Dennis C. “The Ford Foundation in Public Education: Emergent Patterns.” In Philanthropy
and Cultural Imperialism. The Foundartions at Home and Abroad, edited by
Robert F Arnove, 331–62. United States of America: Indiana University Press,
1982.
Carlos
Fregoso, Gisela. Racismo Anti-Indígena y “Privilegio” En Una Universidad
Convencional. 1st ed. Guadalajara Jalisco: Universidad de Guadalajara,
2021.
CONAPRED.
Encuesta Nacional Sobre Discriminación En México 2010. 2 edición. Ciudad
de México: Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, 2011.
———.
Primera Encuesta Nacional Sobre Discriminación En México. Ciudad de
México: Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, 2005.
http://www.conapred.org.mx/index.php?contenido=pagina&id=424&id_opcion=436&op=436.
Echeverría,
Bolívar. “Imágenes de La ‘Blanquitud.’” In Sociedades Icónicas. Historia,
Ideología y Cultura En La Imagen, edited by Pablo Lizarazo Arias, Diego;
Echeverría, Bolívar; Lazo, Segunda ed., 15–32. México: Editorial Siglo XXI,
2013.
Faber,
Daniel; ; McCarthy, Deborah. “Introduction.” In Foundations for Social
Change. Critical Perspective on Philanthropy and Popular Movements, edited
by Deborah Faber, Daniel; McCarthy, 3–32. United States of America: Rowmand
& Littlefield Publishers, 2005.
Ferguson,
Karen. Top Down. The Ford Foundation, Black Power, and the Reivention of
Racial Liberalism. United States of America: University of Pennsylvania
Press, 2003.
Geografía,
Instituto Nacional de Estadística y. Encuesta Intercensal 2015. Méxicco:
Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2015.
https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/intercensal/2015/doc/eic_2015_presentacion.pdf.
Gutiérrez
Chong, Natividad. “Mercadotecnia En El ‘Indigenismo’ de Vicente Fox.” In El
Estado y Los Indígenas En Tiempos Del PAN: Neoindigenismo, Logalidad e
Identidad, edited by María Teresa Hernández, Rosalba Aída; Paz, Sarela;
Sierra, 27–52. México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social. Porrúa, 2004.
INEGI.
“Módulo de Movilidad Social Intergenracional.” Ciudad de México, 2017.
https://www.inegi.org.mx/programas/mmsi/2016/.
Jensen,
Courtney. “Foundations and the Discourse of Philathropy.” Administrative
Theory and Praxis 35, no. 1 (2013): 106–27.
Martínez
Casas, Regina, Émiko Saldívar, René Flores, and Chirstina Sue. “The Different
Faces of Mestizaje: Ethnicity and Race in Mexico.” In Pigmentocracies.
Ethnicity, Race, and Color in Latin America, 1st Editio., 36–80. North
Carolina: The University of North Carolina Press, 2014.
Martínez
Novo, Carmen. “Racismo, Amor y Desarrollo Comunitario.” Íconos. Revista de
Ciencias Sociales 4 (1998): 98–110.
Parmar,
Inderjeet. Foundarions of the American Century. The Ford, Carnegie, and
Rockefeller Foundations. In the Rise of American Power. United States of
America: Columbia University Press, 2014.
———.
“The ‘Big 3’ Foundations and American Global Power.” The American Journal of
Economics and Sociology 74, no. 4 (2015): 676–703.
Roelofs,
Joan. “Liberal Foundations: Impediments or Supports for Social Change?” In Foundations
for Social Change. Critical Perspective on Philanthropy and Popular Movements,
edited by Deborah Faber, Daniel ; ; McCarthy, 61–87. United States of America:
Rowmand & Littlefield Publishers, 2005.
Telles,
Edward. Pigmentocracies. Ethnicity, Race, and Color in Latin America.
1st Editio. North Carolina: University of North Carolina Press, 2014.
Troulliot,
Michel-Rolph. Transformaciones Globales. La Antropología y El Mundo Moderno.
Edited by Cristóbal Gnecco. Bogotá: Universidad del CAuca; CESO-Universidad de
los Andes, 2003.
https://antropologiadeoutraforma.files.wordpress.com/2013/04/trouillot-transformaciones-globales.pdf.
Zurbuchen,
Mary S. “Introduction: Breaking New Ground, Opening New Pathways.” In Leadership
for Social Justice in Higher Education. The Legacy of the Ford Doundation
International Felowshops Program, edited by Mary S Bigalke, Terance W;
Zurbuchen, 1st ed., 1–14. United States of America: Palgrave Macmillan, 2014.